El desarrollo Infantil durante el primer año de vida. Apartado del tema 1 del temario de Oposiciones de Infantil
- OPOSICIONES INFANTIL
- 3 jun
- 15 Min. de lectura

El primer año de vida constituye una de las etapas más trascendentales y sensibles del desarrollo humano, ya que en apenas doce meses el niño o la niña pasa de una situación de total dependencia a mostrar las primeras manifestaciones de autonomía, interacción y exploración activa del entorno. Durante este breve pero intenso periodo, se producen avances fundamentales en todas las áreas del desarrollo: motora, sensorial, cognitiva, lingüística, afectiva y social.
Los distintos enfoques teóricos coinciden en señalar esta etapa como un momento fundacional, donde se establecen las bases del apego, la seguridad emocional, el conocimiento del entorno y la identidad incipiente. La velocidad y profundidad de los cambios que ocurren en estos meses hacen que la observación, la estimulación ajustada y el acompañamiento respetuoso por parte del adulto sean especialmente relevantes. En este sentido, es imprescindible que los profesionales de la Educación Infantil comprendan las características específicas del desarrollo en el primer año, ya que su conocimiento no solo permitirá adaptar la intervención educativa, sino también detectar posibles señales de alerta de manera precoz y colaborar con las familias en la atención y el cuidado del niño.
A continuación, se analizan de forma específica las principales dimensiones del desarrollo en este primer año: motor, socio-afectivo, sensorial y perceptivo, comunicativo-lingüístico y cognitivo, teniendo en cuenta la interrelación entre todas ellas y su importancia para el desarrollo global del niño o la niña. Iniciaremos este recorrido por las distintas áreas del desarrollo en el primer año de vida abordando en primer lugar el desarrollo motor, ya que constituye la base sobre la que el niño empieza a explorar activamente el mundo que le rodea.
DESARROLLO MOTOR
El desarrollo motor durante el primer año de vida es uno de los aspectos más visibles y significativos de la evolución del niño o la niña. A lo largo de estos primeros doce meses, se produce una progresión espectacular desde una dependencia total del cuerpo del adulto hasta la adquisición de las primeras formas de movilidad autónoma, como el gateo o la marcha.
Este desarrollo se produce siguiendo dos principios básicos del crecimiento neuromotor:
Ley céfalo-caudal: el control muscular se adquiere desde la cabeza hacia los pies. Primero el niño sostiene la cabeza, luego controla el tronco y finalmente las extremidades inferiores.
Ley próximo-distal: el dominio motor avanza desde el eje central del cuerpo hacia las extremidades. Es decir, antes se controlan los hombros y brazos que las manos y dedos.
En esta etapa, el niño pasa de movimientos reflejos e involuntarios a movimientos voluntarios, coordinados e intencionados. Estos avances están estrechamente ligados a la maduración del sistema nervioso central, pero también al entorno físico y emocional en el que se desarrolla.
A lo largo del primer año, el niño alcanza varios hitos motores que marcan su desarrollo físico y neurológico:
A los 2 meses: Gracias a la creciente tonicidad muscular en el cuello, el bebé es capaz de levantar la cabeza cuando está acostado boca abajo. Este es un logro importante, ya que representa uno de los primeros signos de control muscular y coordinación.
A los 3 meses: El bebé comienza a rotar su cuerpo, una habilidad que le permite explorar su entorno de manera más activa. Esta capacidad de rotación es un precursor del volteo, que se desarrollará más adelante.
A los 5-6 meses: Durante este periodo, el niño desarrolla la pinza palmar, que le permite agarrar objetos con toda la mano. Además, empieza a sentarse sin apoyo, lo que mejora su capacidad para interactuar con su entorno de manera más autónoma.
A los 7-8 meses: El bebé inicia el gateo, un hito motor crucial que no solo mejora su movilidad, sino que también fomenta la exploración y el desarrollo cognitivo al permitirle descubrir su entorno de manera independiente.
A los 9 meses: Aparece la pinza digital, que es la capacidad de agarrar objetos pequeños utilizando el pulgar y el índice. Además, el niño comienza a ponerse de pie con apoyo, utilizando tres puntos de apoyo (manos y pies) para mantenerse erguido.
A los 12 meses: El logro más significativo de este periodo es que el niño comienza a caminar de manera autónoma. Este es un hito que marca el comienzo de una nueva etapa de independencia y exploración, ya que le permite moverse libremente y descubrir el mundo a su alrededor.
El desarrollo motor en el primer año de vida es crucial, ya que sienta las bases para habilidades físicas y cognitivas más avanzadas. La evolución de los movimientos reflejos a movimientos voluntarios es un indicador del crecimiento neurológico y la maduración del sistema nervioso central del niño. Además, los logros motores alcanzados durante este periodo no solo reflejan el desarrollo físico, sino que también están estrechamente ligados a otras áreas del desarrollo, como el cognitivo y el socio-afectivo, ya que el niño utiliza sus nuevas habilidades motoras para interactuar con su entorno y con las personas que le rodean.
Implicaciones educativas
El papel del educador en esta etapa es clave para favorecer un desarrollo motor seguro, respetuoso y enriquecedor. Algunas orientaciones fundamentales son:
Ofrecer libertad de movimiento: Evitar la sobreutilización de sillas, hamacas o parques que limiten la exploración espontánea. Permitir que el niño pase tiempo en el suelo sobre superficies firmes y seguras.
Respetar el ritmo individual: No forzar posturas ni adelantar aprendizajes motrices. Cada niño alcanza sus hitos a su debido tiempo, y forzar estos procesos puede ser contraproducente.
Proporcionar estímulos adecuados: Ofrecer objetos seguros y atractivos que inviten al niño a moverse, girar, estirarse, arrastrarse o gatear, favoreciendo así la coordinación y la fuerza muscular.
Acompañar con afecto y confianza: El desarrollo motor también está vinculado a la seguridad emocional. Un entorno afectivo cálido anima al niño a explorar con libertad y confianza.
Observar de forma continua: Estar atentos a posibles retrasos o dificultades motrices para compartir observaciones con las familias y, si fuera necesario, coordinar con otros profesionales.
Una vez comprendida la importancia del movimiento en los primeros meses de vida, es necesario profundizar en el desarrollo socio-afectivo, ya que las primeras experiencias emocionales y los vínculos establecidos durante este periodo serán fundamentales para la construcción de la personalidad y el bienestar del niño o la niña.
DESARROLLO SOCIO-AFECTIVO
El desarrollo socio-afectivo durante el primer año de vida es un proceso esencial para la construcción del vínculo emocional, la identidad personal y la seguridad afectiva del niño o la niña. En esta etapa, se establecen las primeras relaciones significativas, se configuran las bases del apego y se inician las respuestas emocionales básicas, que influirán en la forma en que el niño se relacionará consigo mismo y con los demás a lo largo de su vida.
Aunque el recién nacido no tiene todavía una conciencia clara de sí mismo como ser diferenciado, desde los primeros días de vida muestra capacidad para expresar emociones (a través del llanto, la sonrisa, el gesto o la mirada) y para responder al afecto que recibe de los adultos. Estas interacciones tempranas no solo favorecen su bienestar emocional, sino que también estimulan el desarrollo neurológico y cognitivo.
Principales hitos del desarrollo socio-afectivo en el primer año
0-3 meses: El bebé reconoce voces y rostros familiares, responde a estímulos afectivos con sonrisas reflejas y se calma con el contacto físico. La presencia constante y sensible del adulto genera una sensación de seguridad.
3-6 meses: Aparece la sonrisa social, una de las primeras manifestaciones claras de vínculo afectivo. El bebé busca la mirada del adulto, inicia las primeras vocalizaciones intencionales y disfruta del juego de turnos (“yo hablo, tú hablas”).
6-9 meses: Se consolida el apego, entendido como el lazo emocional estable con una figura significativa, generalmente la madre, el padre u otro cuidador principal. El bebé comienza a distinguir entre personas conocidas y desconocidas, y puede manifestar ansiedad ante extraños.
9-12 meses: El niño o la niña muestra preferencia clara por determinadas figuras de apego, busca su proximidad y puede reaccionar con llanto o inquietud ante su ausencia. Aparece también la ansiedad por separación y una mayor intención comunicativa a través del gesto, el llanto o el balbuceo.
La teoría del apego
El psicólogo John Bowlby define el apego como una necesidad biológica y emocional básica del ser humano, que impulsa al bebé a buscar la cercanía de una figura protectora. Un apego seguro permite al niño explorar el entorno con confianza, mientras que un apego inseguro o inestable puede generar conductas de retraimiento, dependencia o ansiedad. El tipo de apego que se establezca dependerá en gran medida de la sensibilidad, disponibilidad y coherencia de la figura de cuidado principal.
Implicaciones educativas
En este primer año de vida, la labor del educador infantil se orienta sobre todo al acompañamiento emocional y a la creación de un entorno relacional que favorezca la vinculación positiva. Algunas claves fundamentales son:
Favorecer el vínculo afectivo con el adulto de referencia, especialmente en las adaptaciones escolares o en los momentos de separación de las familias.
Responder de forma sensible y coherente a las necesidades del niño (hambre, sueño, contacto, consuelo…), creando así una experiencia predecible y segura.
Facilitar la expresión emocional, acogiendo el llanto, la alegría, la frustración o el miedo como formas legítimas de comunicación, sin reprimirlas ni ignorarlas.
Observar con atención las señales de apego y de malestar, identificando patrones que puedan requerir un seguimiento más individualizado o la colaboración con las familias.
Construir una relación educativa basada en el respeto, la ternura y la disponibilidad emocional, entendiendo que en esta etapa los afectos no solo acompañan el aprendizaje, sino que son el aprendizaje en sí mismo.
Durante el primer año de vida, el niño o la niña construye las bases emocionales de su personalidad a través del vínculo con los adultos que le rodean. Acompañar este proceso desde una mirada cálida, empática y profesional es una de las responsabilidades más delicadas y a la vez más gratificantes del educador infantil.
Una vez analizadas las primeras manifestaciones emocionales y sociales del bebé, es necesario detenernos ahora en el desarrollo sensorial y perceptivo, ya que a través de los sentidos el niño comienza a explorar, conocer e interpretar el mundo que le rodea desde los primeros días de vida.
DESARROLLO SENSORIAL Y PERCEPTIVO
El desarrollo sensorial y perceptivo en el primer año de vida es fundamental, ya que constituye la principal vía de conocimiento y relación con el entorno en esta etapa. A través de los sentidos, el bebé recibe una enorme cantidad de estímulos que su sistema nervioso va organizando progresivamente, permitiéndole comprender, anticipar y actuar sobre el mundo.
Aunque los sentidos están presentes desde el nacimiento —incluso desde antes, durante la vida intrauterina—, su funcionamiento se va afinando y coordinando a lo largo de los primeros meses, integrándose en percepciones globales que favorecen el desarrollo cognitivo, emocional y motor.
Cabe destacar que el desarrollo perceptivo no es solo la capacidad de captar estímulos, sino también de interpretarlos y darles significado, lo que implica una construcción activa por parte del niño o la niña.
Evolución de los principales sentidos durante el primer año
Vista: Aunque al nacer la visión es borrosa, el recién nacido puede enfocar objetos a unos 20-30 cm. Hacia el segundo mes ya distingue formas y rostros, y muestra preferencia por caras humanas. Entre los 4 y 6 meses comienza a seguir objetos con la mirada, discriminar colores y desarrollar coordinación ojo-mano. Al final del primer año, la visión se ha afinado considerablemente.
Audición: Es funcional desde el nacimiento e incluso desde el último trimestre de gestación. El bebé reconoce la voz de su madre y se tranquiliza con sonidos familiares. A partir del tercer mes, localiza sonidos y se orienta hacia ellos. Hacia los 6-9 meses, discrimina entonaciones, ritmos y puede mostrar reacciones emocionales ante la música o la voz humana.
Tacto: Es el sentido más desarrollado al nacer. El bebé experimenta el mundo a través de la piel, el contacto físico, el calor y la presión. El tacto está directamente relacionado con el apego, la regulación emocional y la sensación de seguridad. A lo largo del año, el niño explora objetos mediante el tacto, especialmente con la boca y las manos.
Olfato y gusto: También están activos desde el nacimiento. El bebé reconoce el olor de su madre y puede mostrar preferencias gustativas muy tempranas (por ejemplo, por sabores dulces). Estos sentidos influyen tanto en la alimentación como en la construcción del vínculo afectivo.
Percepción global y coordinación sensorial: Hacia el final del primer año, el bebé ha empezado a integrar la información sensorial procedente de distintas fuentes, lo que permite una mayor comprensión del entorno, coordinación de movimientos y anticipación de consecuencias.
Implicaciones educativas
El desarrollo sensorial y perceptivo requiere un entorno educativo rico, seguro y estimulante, en el que el niño pueda experimentar libremente. Algunas orientaciones pedagógicas fundamentales son:
Ofrecer estímulos variados y adecuados: Proporcionar objetos de diferentes texturas, colores, sonidos y formas que despierten la curiosidad y estimulen la exploración.
Evitar la sobreestimulación: La calidad del estímulo es más importante que la cantidad. Un entorno saturado de estímulos puede generar confusión, estrés o desinterés.
Respetar los tiempos del niño: Cada bebé necesita su propio ritmo para observar, tocar, escuchar y procesar la información. La intervención del adulto debe ser atenta, pero no invasiva.
Fomentar el contacto físico afectivo: El tacto, las caricias, el abrazo y el porteo fortalecen el vínculo emocional y aportan seguridad perceptiva.
Observar signos de alerta: Dificultades en la fijación visual, la orientación auditiva o la respuesta a estímulos sensoriales deben observarse y, si persisten, comunicarse a las familias o a los servicios de orientación.
Durante el primer año de vida, los sentidos son las principales herramientas de aprendizaje del bebé. Acompañar este proceso desde una pedagogía basada en la exploración, el respeto y el juego sensorial significa construir las bases de una percepción rica, una atención sostenida y una relación activa con el entorno.
Una vez explorado cómo el niño percibe e interpreta el mundo a través de sus sentidos, es momento de centrarnos en el desarrollo de la comunicación y el lenguaje, ya que durante el primer año de vida comienzan a construirse las bases de la interacción verbal y no verbal, esenciales para el pensamiento y la socialización.
DESARROLLO DE LA COMUNICACIÓN Y EL LENGUAJE
El lenguaje y la comunicación son dimensiones fundamentales del desarrollo humano, ya que permiten al niño expresar necesidades, emociones, deseos y pensamientos, además de establecer relaciones sociales y adquirir aprendizajes. Aunque el lenguaje oral no se domina plenamente durante el primer año, en esta etapa se construyen las bases esenciales para su posterior desarrollo, tanto en la vertiente comprensiva como expresiva.
El proceso comunicativo comienza antes del nacimiento y se manifiesta desde los primeros días de vida mediante formas prelingüísticas de comunicación: el llanto, la mirada, la sonrisa, los gestos, las vocalizaciones y la entonación. A través de estas primeras interacciones, el bebé establece vínculos, capta la atención del adulto y participa activamente en situaciones comunicativas, incluso sin utilizar palabras.
Evolución de la comunicación y el lenguaje en el primer año
0-3 meses: La comunicación es esencialmente afectiva y no verbal. El llanto es el principal medio de expresión, pero también se observan movimientos faciales, contacto visual y respuestas a voces familiares. Aparecen los primeros gorgojeos y sonidos guturales.
3-6 meses: Surgen las vocalizaciones intencionadas. El bebé emite sonidos para interactuar, jugar o llamar la atención. Aparece la sonrisa social como forma de conexión y se inician los primeros turnos comunicativos (diálogo sonoro con el adulto).
6-9 meses: El niño o niña produce sílabas repetitivas como “ma-ma”, “ba-ba”, “ta-ta” (balbuceo), aunque aún no tienen significado intencional. Comienza a comprender algunas palabras familiares, como su nombre, el “no”, o palabras de uso cotidiano. Señala con el dedo, alza los brazos para ser cogido o gira la cabeza para negar.
9-12 meses: El balbuceo se afina y se acerca más a la entonación del lenguaje materno. El niño comprende órdenes sencillas y señala objetos al nombrarlos. Comienza a utilizar palabras con intención comunicativa, especialmente sustantivos que hacen referencia a personas, objetos o acciones de su entorno inmediato.
La importancia de la interacción social
Autores como Lev Vigotsky y Jerome Bruner coinciden en señalar que el lenguaje no se adquiere de forma aislada, sino en el contexto de interacciones sociales significativas. El adulto actúa como modelo lingüístico y como andamiaje emocional y comunicativo, adaptando su forma de hablar (lenguaje infantil dirigido) al nivel del niño o la niña.
La participación activa en estas situaciones cotidianas de intercambio (juego, alimentación, cambio de pañal, paseo, etc.) proporciona experiencias comunicativas reales, en las que el lenguaje se carga de sentido y emoción.
Implicaciones educativas
Durante el primer año de vida, el profesional de Educación Infantil tiene la responsabilidad de favorecer un entorno rico en comunicación, tanto verbal como no verbal. Algunas orientaciones clave son:
Responder con sensibilidad a las vocalizaciones, gestos y expresiones del bebé, estableciendo turnos de palabra desde los primeros meses.
Hablar con frecuencia, utilizando un lenguaje claro, afectuoso y adaptado, incluso cuando el niño aún no articule palabras. Nombrar objetos, acciones, personas y situaciones cotidianas.
Acompañar las rutinas con lenguaje, ya que estas ofrecen estructuras predecibles que ayudan al bebé a anticipar y comprender.
Fomentar el juego sonoro, el canto, las nanas y los cuentos breves, adaptados a su edad. La musicalidad del lenguaje estimula la atención, la memoria y la entonación.
Observar signos de alerta como ausencia de balbuceo, falta de contacto visual o escasa respuesta a estímulos sonoros, y comunicarlos a las familias o al equipo de orientación si es necesario.
Durante el primer año de vida, el niño o la niña desarrolla capacidades comunicativas fundamentales que servirán de base para el desarrollo del lenguaje oral. El adulto que le acompaña tiene un papel clave como facilitador del lenguaje, creando un entorno emocionalmente cálido, verbalmente estimulante y respetuoso con sus tiempos y formas de expresión.
Tras analizar cómo el niño comienza a comunicarse y a construir las bases del lenguaje durante su primer año, resulta imprescindible abordar ahora el desarrollo cognitivo, ya que en esta etapa se producen los primeros procesos de pensamiento, exploración y comprensión del entorno.
DESARROLLO COGNITIVO
El desarrollo cognitivo durante el primer año de vida es un proceso fascinante y fundamental, ya que en este breve periodo el niño o la niña comienza a construir activamente su conocimiento del mundo a través de la percepción, la acción, la repetición y la interacción con los adultos y el entorno. A través del desarrollo cognitivo, el bebé empieza a establecer relaciones de causa-efecto, a recordar experiencias, a anticipar acciones y a resolver pequeños problemas cotidianos.
Siguiendo la teoría de Jean Piaget, este primer año se enmarca dentro del estadio sensoriomotor, etapa que va desde el nacimiento hasta los 2 años y que se caracteriza por el pensamiento ligado directamente a la acción y a la experiencia sensorial.
Principales avances cognitivos en el primer año
0-2 meses: El bebé actúa por reflejos innatos, como la succión o la prensión. Poco a poco, estos reflejos se adaptan a los estímulos del entorno.
2-4 meses: Comienza a repetir acciones agradables para sí mismo, como mover las manos delante de su cara o chuparse los dedos (reacciones circulares primarias).
4-8 meses: Descubre que sus acciones producen efectos en el entorno, como hacer sonar un sonajero o mover un móvil (reacciones circulares secundarias). Se inicia la comprensión de la causalidad.
8-12 meses: Comienza a coordinar acciones intencionadamente para alcanzar un objetivo, como desplazar un objeto para alcanzar otro que está detrás (coordinación de esquemas secundarios). En esta etapa también empieza a adquirir la noción de permanencia del objeto: entiende que las cosas existen aunque no las vea.
Estos avances reflejan una evolución del pensamiento práctico, es decir, vinculado a la acción y a la resolución de pequeñas situaciones cotidianas mediante ensayo-error.
Características del pensamiento en esta etapa
Egocentrismo cognitivo: El niño interpreta el mundo desde su propia perspectiva y no es capaz aún de ponerse en el lugar del otro.
Sincretismo: Tiende a percibir el todo sin diferenciar claramente sus partes.
Imitación diferida: Al final del primer año, es capaz de reproducir acciones que ha visto previamente, incluso sin la presencia del modelo, lo que indica el inicio de la representación mental.
Curiosidad e interés por descubrir cómo funcionan los objetos y qué ocurre si actúa sobre ellos. Esta curiosidad es el motor del aprendizaje temprano.
Implicaciones educativas
Durante el primer año de vida, el desarrollo cognitivo debe ser estimulado desde una pedagogía activa, respetuosa y basada en la exploración libre. Algunas orientaciones clave son:
Proporcionar un entorno rico en estímulos: Espacios seguros donde el niño pueda moverse libremente y descubrir materiales diversos que inviten a la manipulación, la observación y la experimentación.
Repetir experiencias con variaciones leves: La repetición es fundamental para la construcción de esquemas mentales estables. Cambios graduales ayudan a integrar y generalizar aprendizajes.
Ofrecer juegos simples de causa-efecto, como encajar, apilar, abrir y cerrar, que estimulen la observación, la atención y la coordinación.
Observar atentamente los intereses del niño y seguir su iniciativa, ofreciendo objetos o propuestas que amplíen su zona de desarrollo.
Nombrar lo que ocurre, describiendo las acciones y los objetos para establecer conexiones entre pensamiento y lenguaje.
Durante el primer año de vida el niño o la niña empieza a construir las bases de su pensamiento a través de la acción, en un proceso continuo de interacción con su entorno. El educador tiene un papel clave al crear contextos que favorezcan la exploración, la sorpresa, la resolución de problemas y el descubrimiento autónomo, sentando así las bases de un aprendizaje significativo desde los primeros meses de vida.
Una vez analizadas las principales áreas del desarrollo en el primer año de vida, resulta imprescindible reflexionar sobre el papel que desempeñan los adultos en este proceso, ya que su presencia, actitud y modo de intervenir son determinantes para garantizar un desarrollo integral, seguro y armónico. Pero eso será en otro post
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